sábado, 25 de julio de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Regreso a este blog con un nuevo fragmento de mi sección Historias de La Unión. 
En esta ocasión, viajamos a Murcia, en concreto, al año 1982. ¿Y eso qué tiene que ver con La Unión?
Tiene que ver porque vamos a ver una amiga de nuestra buena amiga Sofía, unionense, igual que ella. Se trata de Marián.
¡Vamos a ver lo que le ocurre!

                                         Apagó la radio.
            Estaba harta de oír hablar del mismo tema. En pocos días, comenzaría el Mundial de Fútbol. Tal evento tendría lugar en España.
            Marián se encogió de hombros.
            Estaba visto que algunas cosas nunca cambiaban. Todo esto lo pensó mientras se dirigía a la redacción del periódico en el que trabajaba. Tenía ya treinta y cinco años. Estaba soltera. No tenía hijos.
            Conducía un Renault de color rojo. Volvió a encender la radio. Vivía a bastante distancia de la redacción del periódico. A veces, la radio le hacía compañía. Buscó una emisora de radio que no hablara del Mundial. Al final, la encontró.
            Escuchó los acordes de Los rockeros van al Infierno, de Barón Rojo. El heavy metal no le gustaba mucho.
            Dicen que el fumar es pecado y es mortal/ y al Infierno me condena…
            Casi sin darse cuenta, Marián iba cantando la canción. Detuvo el coche a la altura del semáforo. Otro coche se detuvo a su lado. Era un seiscientos y lo conducía un hombre que parecía haberse quedado anclado en el pasado. Se quedó mirando a Marián con cara de horror. La radio sonaba muy fuerte. Murmuró algo acerca de los melenudos. El semáforo cambió a verde.
            Mi rollo es el rock.
            A veces, escuchar algo de música ponía de buen humor a Marián. Finalmente, llegó a la redacción del periódico en el que trabajaba. Apagó la radio.
            Aparcó el coche.
            Recogió su carpeta. Bajó del coche.
-Buenos días, señorita-la saludó el botones del edificio.
-Buenos días-le devolvió el saludo Marián.
            Tenía que admitir que le gustaba mucho su trabajo como redactora en la redacción que tenía El País en Murcia. Entró en el edificio esbozando la mejor de sus sonrisas.
                  Se dirigió a su mesa. La redacción era un hervidero. 
                  Le dio las gracias mentalmente a su amiga Sofía. Gracias a ella, había descubierto que su verdadera vocación era informar sobre lo que ocurría en el mundo. 
                   Le parecía lejana la época en la que pensó en ser monja. Había querido huir del mundo después de la salvajada que cometieron contra ella. Pero huir del mundo no servía de nada, como le había dicho la Madre Superiora. 
                   Le recordó que ella no había cometido pecado alguno. El que había pecado fue el canalla que la forzó. 
                   No tenía que esconderse si era inocente. Por ese motivo, Marián abandonó el convento. No quería vivir encerrada sabiendo que era inocente y sintiendo que estaba cometiendo una blasfemia. No tenía vocación religiosa. Ser monja sin haber sentido La Llamada era como cometer una herejía. 
                    Estaba muy contenta con la vida que llevaba. 

 

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