viernes, 21 de febrero de 2014

LAS ESTRELLAS COMO TESTIGO

Hola a todos.
Como prometí en mi blog "Un blog de época", no podía dejar pasar San Valentín sin haber subido un relato romántico.
Sin embargo, el relato con el cual, aunque sea tarde, me gustaría celebrar tan bonitas fiestas, será publicado en este blog, ya que transcurre en la pedanía unionense de Portmán.
La acción transcurre a principios del siglo XIX, cuando La Unión no existía y sólo eran cuatro pedanías de Cartagena: Las Herrerías, El Garbanzal, Roche y Portmán, junto con sus respectivos caseríos.
Cuenta la historia de dos primas, la delicada Úrsula y la hermosa Sara, que viven en Portmán. Úrsula está casada con el marqués de Corvera, al que detesta.
Algo ocurrirá durante una noche que lo cambiará todo para Sara.
Si el relato resulta demasiado largo, lo dividiré en dos partes para que sea más ameno.
Si gusta, haré una segunda parte.
Espero que os guste.

PORTMAN, PEDANÍA DE CARTAGENA, 1818

                  Úrsula de la Fuente se sentía humillada. Su padre, prácticamente, la había echado de su casa en el caserío de Los Castillos. Al menos, así era como se sentía ella. 
                   Sabía que era una tontería sentirse así. Su progenitor no la había dejado desamaparada. La había enviado a vivir con sus tíos a su casa de Portman. Úrsula parecía una muñequita de porcelana. Así era como la veía su prima Sara. De ella, se decía que era un auténtico ángel. Quizás, tenían todos razón. 
                  Úrsula echaba de menos la finca familia de Los Castillos. Se había criado allí. Le gustaba salir a pasear montada a caballo. Incluso, se atrevía a acompañar a su padre cuando éste se iba de cacería. Pero todo eso había cambiado. No entendía el porqué su padre la había mandado a la casa de sus tíos. Úrsula llegó a aborrecerles. 
                   Para ella, su tío era un borracho, si bien nunca le había visto beber alcohol. Es más. Odiaba incluso beber vino. Su tía era una chismosa, si bien en Portman tenía fama de ser discreta. Y su prima Sara era una niñata malcriada. El problema era que Sara tenía un carácter más bien tranquilo. 
                   La madre de Úrsula había muerto durante la epidemia de cólera que azotó la zona cinco años antes. El señor de la Fuente había decidido finalizar el periodo de luto. Y eso disgustó a su hija. Su padre iba a volver a casarse. Su esposa era una buena mujer. Pero no podía haber dos mujeres viviendo en la misma casa en calidad de dueña. Hacía dos años que Úrsula había llegado a Portman. Conoció al marqués de Corvera durante una visita que éste hizo con su abuela a a la pedanía. En un primer momento, se pensó que iba a pedir en matrimonio a Sara. 
                   El marqués quedó prendado de la belleza de Úrsula. Quiso desposarla en el acto. A los pocos días, le pidió la mano a don José Antonio de Carrión, su tío y padre de Sara. Éste se la concedió. Veía con buenos ojos aquella unión. Además, sentía un gran cariño por su sobrina, la hija de su única hermana. 
                   Úrsula, en un primer momento, no quiso casarse. El marqués la intimidaba. 
                   Exigió que se hablase con su padre. 
                    Necesitaba saber su opinión. 
                   Don José Antonio fue a ver a su cuñado. Dos semanas después, regresó. Traía noticias. Que eran malas para Úrsula. Su padre daba el visto bueno a su matrimonio. 
-Es una buena boda-le aseguró cuando la hizo pasar a su despacho.
-Pero yo no le amo, tío-afirmó ella. 
-Aprenderás a amarle con el tiempo. La guerra le ha hecho cambiar. Ya no es el calavera que era. 
-No quiero que me haga daño. 
                       Úrsula se dejó hacer. Nada le importaba. 
                       La abuela del marqués la adoraba. La boda con éste se celebró a las pocas semanas en la Iglesia de San Roque, en Alumbres. Fue una boda sencilla porque el marqués parecía estar retirado de la vida social desde hacía mucho tiempo. Sara fue dama de honor de Úrsula y no paraba de alabar su belleza. El marqués estaba radiante. Úrsula, en cambio, estaba destrozada. Pero no lo demostró. El velo de novia cubría su cabello de color dorado pálido y largo. El rostro de la joven, oculto por el velo, tenía la forma de un corazón. Sus ojos eran grandes y de color gris claro. 
                    Al verla entrar en la Iglesia, cogida del brazo de su tío, el marqués pensó que estaba viendo a un ángel. Úrsula rezumaba pureza e inocencia por todos los poros. 
                   La joven se puso rígida cuando su marido la besó al acabar la ceremonia. Sara se acercó a ella para felicitarla. 
-Debes de estar muy contenta-le aseguró. 
-Lo único que deseo en estos momentos es morirme-afirmó Úrsula con pesar-Me he casado sin amor. 
                 Juró que intentaría amar al marqués. Su tío tenía razón. 
                  Era un buen hombre. Y merecía ser feliz. 
                   Ella, en cambio, jamás sería feliz. 
                  Salió de la Iglesia cogida del brazo de su recién estrenado marido. El marqués estaba encantado. 
-Mi abuela te adora-le comentó a Úrsula. 
-¿Qué sientes por mí?-quiso saber ella. 
-Te quiero muchísimo. 
-Intentaré quererte. 
                    Había un carruaje preparado frente a la Iglesia. Los recién casados se subieron en él. Les acompañaba la abuela del marqués. 
-¡Ya puedo llamarte nieta!-sollozaba la anciana. 
                    Tenía más de setenta y cinco años. Confiaba en vivir el tiempo suficiente para ver nacer a su primer bisnieto. Úrsula se sintió incómoda. 
-Diego, ya sabes lo que tienes que hacer-le dijo a su nieto. 
-Abuela...-susurró el marqués-Por favor...
-Estamos en confianza. Ahora, es tu mujer. 
-Excelencia...-se ruborizó Úrsula. 
-Dentro de nueve meses, espero que me hayáis hecho los dos bisabuela. 

                      Sara ya tenía diecinueve años. Don José Antonio pensaba darle una buena dote. Pero, primero, tenía que casarse. 
                        Pero no se había casado por falta de candidatos. Don José Antonio no se lo explicaba porque Sara era un buen partido. Eso lo decía todo el mundo. Era muy bonita. Además, heredaría el título de condesa de Cerezo, el título que ostentaba su padre. Así como toda la fortuna familia. Pero...Los candidatos a obtener la mano de Sara llegaban a la casa familiar, situada en las afueras de Portman. Con otras intenciones...Conocer a Úrsula. La joven lo sabía. Y, en su fuero interno, se sentía halagada. 
-Vuestra sobrina es una auténtica beldad-le comentó un duque andaluz a don José Antonio-Las noticias de ella llegan hasta mis dominios. Por eso, estoy aquí. 
                    Se encontraban en el despacho del conde. 
-Mi sobrina...-murmuró don José Antonio-Es toda una beldad. No lo niego. Hay que ser tonto como para no verlo. Pero está casada. Y es muy feliz junto a su marido. 
-¿Casada?-se asombró el duque-¿Y quién es su marido?
-Es Su Excelencia, don Diego Villegas. Seguro que habéis oído hablar de él. Todo un héroe en la guerra contra los franceses...Sobrevivió al cólera. Además...Es uno de los hombres más ricos de la comarca del Campo de Cartagena. Posee diversos títulos. Entre ellos, el más importante. Marqués de Corvera...
-¿Y es feliz? ¿Tiene, por ventura, hijos? 
-Creo que sí. Sí...Puedo decir que es feliz. Al menos, que yo sepa. Lástima que aún no haya sido bendecida con ningún hijo. Pero Dios proveerá. Lo dice la Biblia. Entonces, mi sobrina y su marido engendrarán un hijo. 
-He oído hablar de vuestra sobrina, Excelencia. Su belleza ya es legendaria. Y no estoy exagerando. Escuchad. Se habla de ella en los salones de toda Andalucía. Los poetas componen versos inspirados en su belleza. En su candor...Tiene la apariencia de un ángel. 
-Excelencia...Mi sobrina es una mujer muy decente. Y también es muy leal. Nunca traicionaría a su marido. Y espero de él que sea leal con ella. 
-¿Qué queréis decir, señor? No os entiendo. 


-Mi sobrina ha jurado serle fiel a su marido. Y así hará. Su madre la ha educado bien. Y estoy seguro de que su marido hará lo mismo con ella. Le será fiel. 

                     Sara escuchó la conversación que mantuvo el duque con su padre. Un rato después, ella y Úrsula se reunieron en el salón a dar cuenta cada una de una taza de chocolate caliente para merendar. Sara no se aguantó. Le contó a su prima lo que había escuchado. Úrsula no se lo creyó. Pero, aún así, se sintió halagada. 
-¿Eso ha dicho?-se maravilló-No lo sabía. ¡Me conocen más allá de Portman! Dime. ¿Tú qué piensas? 
-¡Yo pienso que le caes muy bien a todo el mundo, prima!-palmoteó Sara. 
-Me gustaría poder ir a Murcia y asistir a algún baile. 
-Díselo a tu marido. No te lo negará. 
-Diego no quiere llevarme a ningún baile. Dice que estamos muy viviendo aquí. Y yo me siento aislada del mundo. 
-Portman es un lugar precioso, prima. 

                    Sara no quería pensar en el matrimonio. Su padre había casado ya a Úrsula. Ahora, le tocaba el turno a ella. Sara no quería casarse. El recuerdo de la guerra estaba muy presente en su cabeza. En ocasiones, soñaba que veía las aguas del Mar Menor teñidas de sangre. Se despertaba chillando de puro horror. Era Úrsula quien acudía a su cuarto para tranquilizarla. 
                   Pero doña Brígida, su madre, no quería oír a su hija hablar de esos temas. Le horrorizaban. ¿Para qué hablar de esas cosas? La familia de Sara era rica y vivían en una zona en la que la pesca era abundante. Pese a que vivían en un lugar tranquilo, Sara no dejaba de sentir miedo, pero su miedo era injustificado. Estaba a salvo. Debía de sentirse a salvo. 
-¡Ha sido espantoso!-le contaba entre sollozos a Úrsula cuando iba a consolarla. 
-Ha sido sólo un sueño-le aseguraba su prima, intentando calmarla-Quédate tranquila. 
-¡Ha sido demasiado real! ¡Ha muerto alguien! 
                   Sara rompía a llorar de pura desesperación. Su cabello, de color rubio, se le venía a la cara. Se levantaba de la cama. Paseaba de un lado a otro de su habitación con desesperación. 
                   Pero siempre acertaba en sus pronósticos. 
                   Una noche, al poco de casarse con el marqués, Sara se despertó chillando. Volvía a tener la misma pesadilla de siempre. 
                   Veía el Mar Menor lleno de cadáveres. 
                    Todos estaban intentando tranquilizarla. Entonces, se oyeron gritos en la calle. 
-¡Ha muerto!-chilló una mujer vestida de manera humilde. 
                     Gritaba junto a un cadáver que yacía tirado en la arena. 
                     El mar lo había escupido. Ella abrazaba el cadáver, frío y pálido. Se trataba de un pescador. La barca en la que faenaba había naufragado un par de días antes. Úrsula miró casi con miedo a su prima. 
-¿Cómo lo has sabido?-quiso saber doña Brígida-¡Cielo Santo! 
                      Sara no era ninguna bruja. Podían dar fe de ello todos los vecinos. Pero era mejor callar lo ocurrido. 

                       Desde pequeña, Sara, con el visto bueno de sus padres, había establecido contacto con los vecinos de Portman. Se interesaba por ellos en todos los aspectos. Quería conocerlos a fondo. Los vecinos de la pedanía se dedicaban, además de a la pesca, a la agricultura y a la ganadería. Para ganar más dinero, muchos jóvenes se dedicaban a talar árboles en el monte del Chorrillo. Se pagaban bien los troncos que se vendían al Arsenal. 
                      Sara simpatizaba con las mujeres de los pescadores, mujeres curtidas por el sufrimiento. Veía en aquellos rostros la dureza de sus vidas. Sufrían mucho por sus maridos. Las ausencias de éstos podían ser prolongadas. O podían ser cortas. Los hombres morían, a menudo, en alta mar. Sara era consciente de que el mar no solía devolver a sus muertos. Era cruel. 
                        Había abrazado a muchas mujeres que lloraban las muertes de sus maridos, víctimas de un naufragio. Sabedoras de que lo mismo podía pasarle a sus hijos. 
                       La lluvia era recibida con inquietud cuando las barcas se encontraban fuera, en alta mar. Sara llegó a cogerle miedo a la lluvia. Se retiraba a la pequeña capilla que había en su casa. La familia era devota de la Virgen del Carmen. La Patrona de los Pescadores...


                  Úrsula no quería entrar en contacto con los vecinos de Portman. Huía de ellos. El marqués, en cambio, sí quería relacionarse con ellos. Su abuela había muerto meses antes. Murió sin llegar a conocer a un futuro bisnieto. 
                Úrsula se refugiaba en su habitación. Tenía una doncella a su servicio, que compartía con Sara. Muchas tardes, la pasaba con su prima, quien se encargaba de leerle en voz alta un libro de poemas para distraerla. Le gustaba leer las fábulas de Samaniego. 
                   Úrsula se aburría en aquellos momentos. Su doncella era la encargada de desvestirla por las noches. Por las mañanas, la ayudaba a vestirse. Casi no se hablaban. 
                    Incluso, se preocupaba de cepillar su cabello. Aquella situación la hacía sentirse violenta. Sólo encontraba cierto consuelo en las largas cartas que le escribía a su padre. 
                   De vez en cuando, su tío celebraba en su casa pequeñas fiestas que podían prolongarse hasta la medianoche. Úrsula se aburría. ¿Cómo podía definir la vida en aquel sitio? Vulgar...Muy vulgar...
                    Se celebraban bailes. Sara disfrutaba con aquellos eventos. Los caballeros, entre copa de vino y copa de vino, se acercaban a coquetear con las damas. Las risas tontas y las risas pícaras lo inundaban todo. Úrsula lo odiaba. Pero tenía la impresión de que tenía que adaptarse cuanto antes a aquel estilo de vida. Podía perder al marqués. En una ocasión, el hombre decidió pedirle un baile a Sara. Ocurrió durante uno de aquellos bailes tan anodinos. 
                     Bailaron un vals. 
-¿Qué le ocurre a mi prima?-quiso saber Sara. 
-Me temo que no es feliz-contestó el marqués. 
-No lo entiendo. Eres un buen hombre. Y nosotros la queremos. 
-A veces, no basta con eso para que una persona no sea feliz. Me esfuerzo en hacerla feliz. Y me consta que tus padres y tú os preocupáis por ella. 
-Está triste porque está lejos de mi tío. 
-Podría ser. Además, quiero pensar que podría apenarla el hecho de no haber tenido aún hijo. Hemos hecho votos. Promesas...
-Los hijos no vienen. 
                     Al acabar el vals, se separaron. Sara regresó a la silla en la que había estado sentada junto con su madre. El marqués no se reunió con su mujer. Aceptó la copa de vino que le sirvió un criado. Miraba a Sara. 
                     Salió a tomar el fresco. Necesitaba respirar aire. 
                     Solía sentarse al lado de Sara cuando acudía toda la familia a Misa de doce en la Iglesia de San Roque. El marqués no lo entendía. Cuando se casó con Úrsula, pensó que estaba enamorado de ella. Su mujer representaba su ideal de belleza y de pureza. Su ideal de mujer...Úrsula no había sido presentada en sociedad en Murcia, luego, no conocía cómo era el mundo en verdad. El marqués había vivido mucho. Hasta que enfermó de cólera. Su amante murió a consecuencia de aquella enfermedad. Lo supo cuando estuvo ya restablecido. 

                    Úrsula no era feliz. En ocasiones, discutía con el marqués. Le echaba en cara lo desgraciada que era. Se encerraban en el aposento de ella para discutir. 
-¿Y qué quieres que haga?-le preguntaba el marqués. 
                   Úrsula no sabía qué responder. No sabía el porqué no era feliz. Sentía que se asfixiaba viviendo en Portman. Que sus sueños se habían hecho añicos por culpa del marqués. No lo soportaba. No podía seguir viviendo con él. 
-¡No hagas nada!-le respondía-¡No sabes qué hacer! Déjalo estar. 
-Quiero hacerte feliz-le aseguraba el marqués. 
-Diego, nuestro matrimonio es un fracaso. Los dos lo sabemos. No podemos hacer nada. Sólo podemos esperar a que uno de los dos muera para que el otro sea libre. 
-¡Úrsula! ¿Cómo puedes decir tamaño disparate?
-Porque es la verdad. 
-No...
                     Úrsula deseaba unirse a los hombres que zarpaban todos los días. Se dirigían a alta mar. Ella quería ser como ellos. Quería abandonar la casa de sus tíos. Quería vivir una aventura. Experimentar emociones fuertes. Luchar contra los elementos. Odiaba vivir en aquella farsa. Pero no podía escapar de ella. Tan sólo le quedaba resignarse. Era algo que no hallaba en el interior de la casa de sus tíos. Ni en su matrimonio...Úrsula poseía un alma aventurera. 
                   Se lo dijo en una ocasión a Sara. Habían salido a dar un paseo por la playa del Lastre. Contemplaron las barcas en la distancia. Hacía un día soleado. 
-Yo debería de estar en una de esas barcas-comentó Úrsula-Podría viajar muy lejos. 
-Espero que no estés pensando en abandonar a tu marido-se inquietó Sara. 
-¿Acaso no te das cuenta de que no soy feliz? 
-Pero el marqués te quiere. Eso debería de ser suficiente. 
-No es suficiente. 
-¿Qué es lo que te falta?
-No lo sé. 
-Deberías de saberlo. 
-Eso es lo que tú piensas. 

                        Los vecinos de Portman no le tenían mucho aprecio a Úrsula. La joven se negaba a salir de su habitación muchas veces y era su marido el que casi tenía que arrastrarla para que fuese a Misa con él. Úrsula no despertaba ninguna clase de afecto o de lealtad ni siquiera en su propia doncella. Ésta cumplía con su labor. Era una mujer muy sumida. Pero rara vez hablaba con Úrsula. 
                        Intentaba ponerse en el lugar de su joven señora. Estaba sufriendo mucho. Estaba lejos de su casa. Echaba de menos a su madre. Aún no tenía hijos. En ocasiones, en Misa, Úrsula se venía abajo. Lloraba en la Iglesia con desesperación y llamaba a gritos a su padre para que fuese a buscarla. Parecía más una niña pequeña que una mujer adulta. Doña Brígida y Sara la sacaban de la Iglesia. Intentaban consolarla. 

                       Todos los habitantes solían vestir de negro. Negro...
                       Como muchas de las pesadillas que sufría Sara. 
                        Todas las mujeres de Portman tenían a un ser querido al que llorar. Un marido...Un hijo...Un hermano...
                        Úrsula también llevaba luto por su madre. Odiaba vestir de negro. El luto era de ocho años. Entonces...¿Acaso jamás se despojaría de su luto? No lo entendía. Creía enfermar. Sentía asco. La Muerte se había adueñado de todo. 

                        Sara aceptó salir a dar un paseo aquella tarde en faetón con el marqués. 
-¿Has hablado con Úrsula?-le preguntó él durante el paseo. 
                         Sara apartó la vista de la mujer que estaba cosiendo unas redes rotas sentada en una silla a la puerta de su casa. 
-No es feliz-respondió-No sabe decirme el porqué de su infelicidad. Sólo dice que nace de su interior. 
-Entonces, es mi culpa-se lamentó el marqués-Me odia. 
-¿Y qué le has hecho? 
-El problema es que no sé el porqué la he ofendido. Intento hacerla feliz. Y no lo consigo. 
-Deberías de esforzarte más. 
-Me esfuerzo demasiado. Yo quiero mucho a Úrsula. Pero...
-Todo irá bien. 
                        Aquella tarde, al regreso del paseo, Sara fue a la habitación de Úrsula. La encontró recostada en su cama, con su vestido puesto. Le dolía la cabeza. 
-¿Cómo estás?-le preguntó. 
-No estoy bien-respondió Úrsula. 
-Puedes contarme lo que te pasa. No es sólo por el dolor de cabeza. 
-Eres demasiado inteligente, prima. 
-Entonces, ¿me dirás lo que te pasa?
-Sarita...¿Cómo puedo responder a tu pregunta? Ni yo misma sé lo que me pasa. Sólo tengo ganas de llorar. No quiero ver a Diego. No quiero saber nada de él.  


2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola Citu.
      Me alegro muchísimo de que te esté gustando.
      Todavía faltan, al menos, dos partes más.
      Un fuerte abrazo.

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